¡Ayúdate que Dios te ayudará!
La expresión común “tu fe te
ha salvado” que encontramos frecuentemente en los labios de
Nuestro Señor Jesús (cf.Mateo 8,13; 9.2.22; 15.28s;
17,20), no quiere decir que el milagro sea una exteriorización
de lo que es subjetivo en lo psíquico de alguien o un atributo
del subjetivismo psíquico.
Existen casos de sanación, como sabemos, hechos a través
de la sugestión; muchas de las enfermedades del ser humano
están ligadas a factores emocionales, los cuales, de una cierta
forma, interfieren en el sistema de los nervios centrales de la persona
y normalmente acaban provocando deformación en nuestro cuerpo,
paralizando muchos de nuestros órganos o apagando por completo
todo el sistema de nuestro organismo. Entre estas enfermedades podemos
mencionar: irritación de la piel, ulcera, colitis, erupciones
de la piel, urticaria, verrugas, enfisema, asma, hemorragia, insuficiente
función hepática…
Sin embargo, se tiene constatado que muchas veces, la mayoría
de las enfermedades que uno dice estar sufriendo, son frecuentemente
de orden psíquico, o sea, son frutos de la mente o de la imaginación.
¿Cómo curar una persona que se presente con síntomas
de tales enfermedades de orden psíquico? Ella puede ser curada
o la enfermedad puede ser eliminada del portador, una vez que él
sea sometido al poder de las sugestiones, al poder de las motivaciones,
al poder del optimismo o se deje guiar de alguna forma, por algún
método de influencia psíquica.
La fe no tiene absolutamente nada que ver con las sugestiones subjetivas
o influencias psíquicas. El tipo de fe que el Señor
elogia en los Evangelios como una promesa de salvación al ser
humano, es aquella que tiene como objetivo hacerlo a uno abrirse a
su divina gracia, tener absoluta confianza y ser totalmente sumiso
a Él. Se ha comprobado a lo largo de la historia, que aquellos
que se abren, confían y se entregan libremente a la misericordia
del Señor, calman sus nervios y pasan a vivir de manera más
tranquila. Mientras que aquellos que sufren de enfermedades conocidas
como orgánicas, tales como la pérdida de un nervio óptico,
ceguera, rotura de huesos, etc., las cuales no dependen mucho del
poder de la sugestión o de cualquier otro tipo de influencia
psíquica para que la cura ocurra, se torna imposible de explicar
al paciente o atribuir la cura a su fe.
Una fe auténtica será siempre precedida del juicio de
la razón; ella está lejos de ser una fe ciega, fanática
o simplemente emocional; la verdadera fe presupone siempre de alguna
manera, el conocimiento y la credibilidad de los motivos del por qué
creer. Preguntas como: ¿Por qué debo creer?... ¿Por
qué debo creer precisamente en Jesús de Nazaret?...
¿Por qué creer en la Iglesia Católica y no en
otra denominación religiosa?... Todas estas preguntas y muchas
otras que podríamos hacer, exigen una respuesta inteligente,
un conocimiento, la lógica y el saber, que puede echarles luz
y ayudarnos a distinguir entre lo que sea una fe verdadera, auténticamente
cristiana y una fe mediocre, mezclada de supersticiones, sugestiones,
emociones y fanatismo.
Por fin, debemos decir que la verdadera fe no excluye a uno de usar
de la ayuda cotidiana que el Señor les tiene hecho disponible
para mantenerlo lejos y protegidos de las innumerables enfermedades
que se le acercan. Una persona por ejemplo, que tiene un tumor o un
cáncer, más solo porque se encuentra en un determinado
grupo de oración, -- católico o protestante--, empieza
a proclamar para todos de qué está curado de aquella
determinada enfermedad entre gritos de alabanzas y aleluyas sin que
tenga pruebas concretas de su médico, engaña a sí
misma y a los demás de la asamblea, y esto, ciertamente no
sería más que una falsa devoción.
Si el Señor ha dado al hombre la inteligencia, Él ciertamente
espera que el hombre haga uso de ella para llegar a su meta y resolver
sus legítimas necesidades y expectativas en la vida de manera
inteligente. Excluirse de esa noble expectativa, esperando que el
Señor milagrosamente haga con él lo que él mismo
puede hacer inteligentemente, es tentar al Señor.
Toda cura implica la aceptación de nuestras limitaciones físicas
y la aceptación de que otros se preocupen por nosotros cuando
nada podemos hacer por nosotros mismos (cf.Eclesiástico 38,1-12).
Padre Ed Cunha.