Esta profesión de fe de los Concilios de
Nicea I (325) y Constantinopla I (381) resuena hasta hoy entre los
fieles Católicos. La Iglesia es santa, porque, como dice el
Apóstol, es el Cuerpo de Cristo Nuestro Señor prolongado
(cf.Cl 1,24); Cristo en ella vive y garantiza su indefectibilidad
y santidad. Ella es también dicha, bajo otro aspecto, “la
Esposa sin mancha y sin arrugas, santa e irreprensible” (Ef
5,27). Es interminable la santidad de la Iglesia, porque es indisoluble
su unión con el Señor.
Entonces se pregunta: ¿Cómo entender el pecado en la
Iglesia?
Puesto que ella prolonga el misterio de la Encarnación, la
Iglesia está revestida de la humanidad. Ella consta también
de seres humanos frágiles y limitados, sometidos a faltas,
en demanda de la plenitud de vida y de la perfección. De ahí
se dice con razón: “Santa Iglesia de seres humanos pecadores”.
En este sentido, podemos hasta afirmar que de hecho, la Iglesia no
existe sin pecadores. Pero, ella no tiene pecado. El pecado existe
en la Iglesia, pero este no pertenece a la Iglesia y tampoco es algo
cometido por ella. Con otras palabras, considerada según aquello
que la constituye propiamente, la Iglesia no comete pecado, puesto
que ella es constituida por el misterio de la Encarnación prolongado.
El pecado se encuentra en las criaturas en las cuales existen elementos
que no son de la Iglesia; sí, en todo cristiano se queda algo
de pagano o una tendencia a la infidelidad a su vocación de
miembro del Cuerpo del Señor. En consecuencia se debe decir
que las fronteras de la Iglesia no pasan lejos de nosotros, mas atraviesan
el corazón de cada cristiano, la medida en que él existe
algo que aún no fue plenamente cristianizado. Solamente la
Virgen Santísima realizó adecuadamente en sí
misma, la santidad de la Iglesia; por esto Ella, la Virgen Madre Santísima
es considerada como el tipo perfecto o la imagen definitiva de la
Iglesia.
Aún en otros términos, el sujeto del pecado no puede
ser la Iglesia, puesto que todo pecado es siempre obra de una persona
física individual. Por sus propios y constitutivos principios,
la Iglesia es sin mancha. En cuanto a los hombres que a Ella pertenecen,
se puede decir lo siguiente: en la medida en que son pecadores, no
son Iglesia, más se encuentran en la Iglesia. Los pecadores
están fuera del programa y de la esencia de la Iglesia; sin
embargo, los que cometen el pecado, están dentro de la Iglesia.
Debemos siempre distinguir entre la Persona de la Iglesia (Cuerpo
Místico de Cristo) y la gente de la Iglesia (que somos nosotros).
Acrecentamos también: es la propia Madre Iglesia quien saca
de su tesoro de vida el remedio eficaz para sanar las heridas de sus
hijos; Ella no necesita recurrir a otra fuente sino al propio Señor
Jesús, que en ella vive y continua su acción redentora.
Son estas verdades las que la Constitución Lumen Gentium recuerda
en su artículo No.8:
“La Iglesia es fortalecida por la fuerza del Señor Resucitado,…para
poder revelar al mundo su misterio, así sea entre penumbras,
pero, con fidelidad, hasta que en al fin de los tiempos Él
sea manifestado en plena luz”.
Que el fiel católico, por lo tanto, ame la Iglesia y a Ella
se dedique generosamente, puesto que “no puede tener Dios por
padre en el cielo, quien no tiene la Iglesia por Madre en la tierra”
(S.Cipriano ).
Padre Ed Cunha.