MATRIMONIOS UNIDOS EN CRISTO

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Son cada vez más numerosos los católicos que, sin querer abandonar su religión, no frecuentan la celebración Eucarística en el Domingo, ni si preocupan con la especial observancia de este día. Muchos saben que existe el precepto de participar en la Misa dominical, pero, ignoran el por qué y el significado del mismo. Por esto se sienten poco motivados en cumplir su obligación en la Iglesia. De modo general, si verifica que la noción del Domingo en la espiritualidad cristiana encuentra un tanto empalidecida, lo que torna anémica la vivencia de gran numero de feligreses. Con la intención de animar la fe y la práctica de esos cristianos, me gustaría dedicar las siguientes líneas de reflexión sobre el tema.

El Origen Apostólica del Domingo.
Todo aquel que lee las Sagradas Escrituras del Nuevo Testamento, percibe inmediatamente que Nuestro Señor ha resucitado en la mañana del primer día de la semana judaica, después del sábado de la Ley de Moisés y en ese mismo día, por la madrugada, apareció a sus Apóstoles reunidos para manifestar su victoria sobre la muerte y les concede el don del Espíritu Santo (cf.Marcos 16,14-18; Lucas 24,36-49; Juan 20,19-23). Ocho días después, volvió a aparecerles manifestándoles particularmente a Tomás (cf.Juan 20,26-29).
El propio evento de Pentecostés ocurrió en el 50º días, como ya dice el nombre, o sea, después de siete semanas (49 días) – lo que quiere decir: en el primero día de la semana judaica (49+1=50).
Ya en el año 56, San Pablo atestigua la observancia del Domingo como el día de la resurrección y del culto cristiano: “Cada primer día de la semana, cada uno de vosotros reserve en su casa lo que haya podido ahorrar” para ayudar la comunidad de Jerusalén (cf.1Corintios 16,1-3). Los fieles cristianos de debían conocer el alcance de esta expresión: “el primer día de la semana”.
En Tróade (Asia Menor), semejante práctica es atestiguada por el libro de los Hechos de los Apóstoles: “El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para la fracción del pan, Pablo, que debía partir al día siguiente, conversaba con ellos y alargó la charla hasta la media noche” (cf.Hechos 20,7s). Si ve aquí que la Eucaristía (fracción del pan) era solamente celebrada en el Domingo, día en el cual el Señor resucitó.
El nombre de ese primer día de la semana judaica nos es transmitido también por San Juan en Apocalipsis 1,10: “Caí en éxtasis el día del Señor y oí detrás de mí una gran voz, como de trompeta…” Es dicho día del Señor por excelencia, porque ese día fue considerado por los cristianos como siendo el día de la consumación de la victoria del Señor… en griego se dice kyriaké hemera, o sea, día señorial; en latín, dominica diez: Domingo en español.
Se ve, pues, que la Iglesia del Señor, empezó a celebrar el Domingo por institución de los Apóstoles, que así profesaban la identidad del Cristianismo, frente al su preámbulo, que fue el Antiguo Testamento, caracterizado por el Sábado. De esta manera, el Domingo, antes de ser objeto de precepto, fue una plataforma de toque de la identidad cristiana.
Al dejar el Sábado a favor del Domingo, los Apóstoles no violaron la Ley de Moisés, puesto que esta manda santificar todo séptimo día con un reposo (shabbath); no indica cual sea el primer día de conteo. Los Apóstoles continuaron la observancia del séptimo día de la semana o del shabbath (reposo); simplemente transferirán el primer día de conteo para lunes. No existe un séptimo día en el calendario cristiano que no sea dedicado al reposo (shabbath); el séptimo día cristiano es precisamente el día de la resurrección del Señor, y no aquel que precedió o aquel en que Jesús permaneció sepultado.

Padre Ed Cunha.

 

 

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