Vivimos en un mundo que le gusta homenajear a sus
héroes de todos los sectores de nuestra sociedad, de todas
partes y áreas de la vida: política, científica,
deportiva, cultural, artística, etc. Muchas veces somos llevados
a creer y ciertamente de manera justa, que el santo se trata de un
Cristiano que los hombres han elevado a los altares de la Iglesia
como hacen también con sus héroes del mundo secular
poniéndolos en un pedestal donde ellos a su vez, muestran y
exhiben sus trofeos de éxito y victoria. Bien, en este caso
no estamos muy lejos de la discusión entre los Apóstoles
acerca de quién entre ellos sería el mejor de entre
ellos (cf.Lucas 22,24).
Si la Iglesia expone a los Santos como modelos radicales de vida,
lo hace para traernos cada vez más cerca del Evangelio, para
inspirarnos y hacernos más fuertes en nuestros deseos de seguir
con más fidelidad las huellas del Señor.
Si admiramos el heroísmo de los Santos, lo hacemos no para
fijar nuestra mirada exclusivamente sobre ellos como lo hace el público
cuando admira las cualidades de sus héroes. El cristiano mira
a los Santos para contemplar en ellos el trabajo de la divina gracia,
libremente aceptada por ellos y para que el Señor sea glorificado
a través de sus obras de caridad que los acompañaron,
obras hechas para la gloria del Reino de su Eterno Señor.
El honor y la devoción que se atribuye a los Santos son en
verdad un atributo que se da al Señor Todopoderoso. ¿Por
qué? Porque todo lo que los Santos han hecho y han proclamado,
lo han hecho por causa del Reino y, por esto, para la gloria de Dios.
Si la Iglesia los sugiere a ellos como modelos radicales a ser seguidos,
ella lo hace a fin de que el Evangelio pueda estar más cerca
de nosotros, para que podamos seguir al Señor de manera más
atractiva y vibrante y así, imitarlo más fervorosamente.
La devoción a los Santos apunta siempre hacia el Señor,
así sea cuando los miramos con simplicidad, o cuando los miramos
llevados por nuestra curiosidad acerca de ellos, que puede sin dudas
desorientarnos si lo miramos simplemente para mantener nuestra mirada
en la persona, en el ser humano que ellos son.
La devoción a los Santos es muy antigua y se debe a la memoria
o recuerdos de los fallecidos donde parroquias e iglesias locales
se juntaban para admirar, alabar, orar y reconocer el trabajo de la
gracia que el Señor había llevado a cabo en ellos. Esto
era hecho como si fuese una reunión de celebración a
nivel de familia. Este era un momento de alegría y júbilo.
Todos de alguna manera eran conscientes de que ellos formaban parte
de la gran familia de Dios, --- “de la muchedumbre inmensa,
que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblo
y lenguas, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras
blancas y con palmas en sus manos” (cf.Apocalipsis 7,9;14,3).
El respeto, la reverencia y la devoción que se presta a los
Santos es prácticamente una consecuencia de la encarnación
de la gracia Divina. El Señor tomó carne en nuestra
historia, se cubrió a sí mismo con nuestra humanidad
para santificarnos en cuerpo y alma. La Madre Iglesia siempre ha acreditado
que el misterio de la encarnación haya traído para nosotros
la divina gracia, gracia que tiene el poder de transformar profundamente
la naturaleza de todo ser humano.
Ahora, preguntase: ¿Cómo entender la intercesión
de los Santos y el lugar que ellos ocupan en la devoción de
los cristianos, cuando la Sagrada Escritura nos enseña que
hay solamente un Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús
(cf.1Timoteo 2,5)?
Todos sabemos que hay solamente un Mediador entre Dios y los hombres,
que es Nuestro Señor y la Iglesia jamás ha ensenado
lo contrario. Los Santos y Santas de Dios no son MEDIUMS, ni pueden
jamás substituir o ocupar el lugar del Señor Jesús.
Ellos simplemente son un reflejo de la gloria de Cristo; ellos a semejanza
de los rayos del sol mostrándonos la luz del sol como un espectro
solar que dispersa la luz y la lanza en grandes proporciones. ¿Por
qué los Santos son admirados por todos? Ellos son admirados
por todos por causa de su heroísmo, el cual nos conduce a fijar
nuestra mirada y contemplar exclusivamente el trabajo de la gracia
libremente aceptada por ellos del Señor, trabajo a través
del cual, no ellos, --- los Santos --- sino el Señor será
glorificado: “¡Bendito sea Dios en sus ángeles
y sus Santos!” aclama la sagrada Liturgia de la Iglesia.
No debemos condenar aquellos que tienen una gran devoción a
los Santos. ¿Por qué? Porque para muchos de nuestros
hermanos simples, venerar los Santos es algo prácticamente
indispensable, pues tal relación entre ellos y sus Santos les
dan a ellos el sentido de pertenecer, el sentido de tener una familia
y sentirse protegidos. Sin los Santos, sin su compañerismo;
sin aquello con quien los hermanos más simples pueden relacionarse,
confiar y sentirse totalmente confortables, muchos de ellos se sentirían
inseguros, confusos y perdidos en su fe.
¿Quién son los Santos? Los Santos son aquellos que subieron
“ser generosos, que han tenido un corazón dilatado, magnánimo;
son aquellos que subieron dar con alegría, puesto que “Dios
ama al que da con alegría” (2Corintios 9,7). Son aquellos
que supieron responder a su Señor con magnanimidad y generosidad
de corazón, haciendo el bien sin mirar a quien”. Los
Santos son aquellos que viven en la memoria de la Iglesia que sabe
agradecer! Si creemos que el Dios en quien nosotros confiamos, es
el Dios de los vivos y no el Dios de los muertos; si reconocemos que
la Sagrada Escritura nos enseña claramente, que la muerte no
es un fin y tampoco una ruptura de la comunión que existe entre
nosotros y los justos que se encuentran en el Jerusalén Celeste;
si reconocemos a los Santos como a nuestros hermanos, miembros de
nuestra comunidad espiritual; si los veneramos como campeones, modelos
y héroes de nuestra fe y por tanto, dignos de alabanza y honor,
luego es comprensible y lógico que les pidamos que intercedan
por nosotros. Si celebramos a Cristo – la piedra angular de
nuestra fe, -- ¿Cómo olvidarse y no celebrar la memoria
de sus Miembros, los Santos?
Que por la intercesión de los Santos y Santas de Dios, seamos
protegidos de todos los males, de todas las enfermedades y de todas
las tentaciones en este mundo; que ellos nos protejan y nos ayuden
a tener un corazón semejante a los suyos, vueltos para la santa
caridad a ser practicada de manera especial para con los más
necesitados. ¡Bendito sea Dios en sus ángeles y sus Santos!
Padre Ed Cunha.