La Cuaresma forma parte de la vida cristiana hace
mucho tiempo. Los documentos más precoces hablan de un día
especial de ayuno el cual duraba cuarenta horas, probablemente en
imitación a los cuarentas días que Jesús pasó
en el desierto. El Concilio de Nicea, realizado en 325 después
de Cristo, extendió el periodo a cuarenta días en preparación
para la Pascua. El énfasis no era puesto tanto en el ayuno
como tal, sino, en la necesidad de una renovación interior
de la vida del cristiano en preparación para la celebración
de la Pascua. Durante este tiempo de preparación, la enseñanza
de la catequesis fue establecida para todos los que deseasen abrazar
la fe de la Iglesia y ser bautizados en la Vigilia Pascual, la noche
del Sábado Santo.
Los 40 días antes de la Pascua se tornaron de esta manera en
un periodo de intensa formación en vista a la recepción
del Bautismo.
Solamente más tarde, a la vuelta del sexto siglo, es que el
énfasis en el ayuno y la penitencia se tornó en una
gran característica predominante de la Cuaresma. Para muchos,
aún hoy, la Cuaresma continúa siendo el significado
de la renovación interior. En muchas parroquias, donde la formación
catequética es activa, los Sábados de la Cuaresma pasaron
a ser dedicados a ritos especiales en preparación para aquellos
que serían bautizados durante la Vigilia Pascual.
¿Cómo puede alguien sentirse entusiasmado para “entrar”
en el clima de la Cuaresma? Sugeriría que volviésemos
nuestras miradas hacia la imagen bíblica del desierto. Para
Nuestro Señor, el tiempo que Él pasó en el desierto,
no solamente fue un tiempo de rompimiento de la rutina del día
a día, como también un tiempo para estar en contacto
con lo que era esencial para la vida. Nuestra rutina de día
a día, sin duda, nos desgasta, cada vez más. Poco a
poco nos sentimos como totalmente abatidos, al punto de que muchos
llegaran a perder el ánimo de vivir dada las exigencias del
día a día. La Cuaresma puede, sin duda, ser un periodo
en el cual todos nosotros podemos poner límites a las exigencias
que otros hacen de nosotros, o así mismo de las exigencias
que a veces nos imponemos a nosotros mismos. Luego, podemos decir
que la Cuaresma no es simplemente un periodo de tiempo del calendario
litúrgico que se repite todos los años, más,
también es un lugar, un espacio semejante al desierto donde
podemos proporcionar a nosotros y a los demás, un tipo de ambiente
dedicado a la oración, a la meditación y al relajamiento.
La Cuaresma no se trata de una simple obligación que aparece
todos los años con el objetivo de mantenernos espiritualmente
en forma. Esta es también una invitación para que nosotros
donemos un poco a las causas justas de la vida, a fin de que así,
podamos contribuir con la paz y la justicia a favor de la construcción
de un mundo mejor para todos.
Padre Ed Cunha.